El “socialismo democrático” es una contradicción en los términos

¿Qué ocurre cuando se intenta combinar la democracia con el socialismo?

Publicado originalmente el Jueves, 17 de marzo de 2016 en la página web de la Fundación para la Educación Económica.

Por Sandy Ikeda

¿Por qué tantos jóvenes se autodenominan socialistas democráticos? Creo que muchos de ellos simplemente quieren distinguirse de los socialistas que podrían haber apoyado regímenes dictatoriales como la antigua URSS y la China maoísta o que, hoy en día, podrían apoyar a Corea del Norte. Quieren señalar que, para ellos, la libertad política es tan importante como, por ejemplo, la justicia económica.

Pero, ¿son compatibles los conceptos de democracia y socialismo?

No. Aunque los objetivos del socialismo sean nobles, sus medios son intrínsecamente contrarios a la democracia. Al final, el “socialismo democrático” no tiene más sentido que la “esclavitud voluntaria”.

Democracia

La democracia significa cosas diferentes para cada persona. Para algunos, la democracia es un fin en sí mismo, un objetivo por el que puede valer la pena sacrificar vidas. Para otros, la democracia es, en el mejor de los casos, un medio para hacer que un gobierno pequeño responda de alguna manera a sus ciudadanos o un medio para transferir el poder político de forma pacífica. Así como escribió F.A. Hayek en Camino de servidumbre, “la democracia es esencialmente… un dispositivo utilitario para salvaguardar la paz interna y la libertad individual”.

Pero creo que la mayoría de nosotros puede estar de acuerdo en que el significado ordinario de la democracia está al menos ligado a los conceptos de autodeterminación política y libertad de expresión. De este modo, la gente tiende a pensar en la democracia como un escudo contra otras personas más poderosos que ellos.

Socialismo

Al igual que con la democracia, se puede interpretar el “socialismo” como un fin o un medio. Algunas personas, por ejemplo, consideran el socialismo como la siguiente etapa de las “leyes del movimiento de la historia” de Marx, en la que, bajo la autoridad de una dictadura proletaria, cada uno contribuye y recibe según su capacidad. Una versión más moderada del socialismo podría concebir un sistema político-económico que anteponga determinados objetivos, como la “justicia social”, sobre los planes lucrativos de cualquier individuo.

O bien, se puede pensar en el socialismo como una forma de colectivismo que utiliza un conjunto particular de medios -el control político sobre el trabajo, el capital y la tierra- para implementar un plan económico a gran escala que dirige a la gente a hacer cosas que no habrían elegido. En su uso de medios colectivistas, este tipo de socialismo tiene mucho en común con el fascismo, aunque los dos difieran mucho en los fines que pretenden alcanzar.

Socialismo democrático

¿Qué ocurre cuando se intenta combinar la democracia con el socialismo?

Digamos que un gobierno socialista tiene que elegir entre sólo dos fines: mayor igualdad de ingresos o mayor justicia racial. Incluso en este sencillo caso de dos alternativas, tiene que definir claramente lo que significa la igualdad y la justicia en términos en los que todo el mundo pueda estar de acuerdo. ¿Qué se entiende por ingresos? ¿Qué constituye la justicia racial? ¿Qué constituye una mayor igualdad de ingresos o de justicia? ¿En qué punto se ha alcanzado la igualdad o se ha servido a la justicia: igualdad perfecta o justicia perfecta? Si es menos que la perfección, ¿cuánto menos?

Estas son algunas de las difíciles preguntas a las que tendrían que responder las autoridades gubernamentales. Y, por supuesto, estas autoridades no se enfrentarían a un número limitado de objetivos, sino a una multitud de fines y “prioridades” que tendrían que definir, clasificar, aplicar, supervisar, etc. Y cuando las condiciones cambian de forma impredecible, como siempre ocurre, las autoridades tendrían que ajustar el plan continuamente. En tales circunstancias, cuantas menos personas intervengan en el plan final, mejor. Por eso, si la idea de la democracia encarna los ideales liberales de autodirección, de permitir a la gente corriente elegir de forma significativa las políticas que les regirán, y de autoexpresión, entonces la democracia plantea un problema insuperable para el socialismo.

Cuando el gobierno es pequeño y se limita a emprender sólo aquellas políticas en las que casi todo el mundo está de acuerdo -por ejemplo, cobrar impuestos para financiar una defensa territorial eficaz-, entonces la democracia puede funcionar relativamente bien, porque el número de áreas en las que la mayoría de los votantes y los responsables de la toma de decisiones tienen que estar de acuerdo es pequeño. Pero cuando el alcance de la autoridad gubernamental se expande a más y más áreas de nuestra vida diaria -como las decisiones sobre la atención sanitaria, la nutrición, la educación, el trabajo y la vivienda-, como ocurriría en el socialismo, el acuerdo entre una mayoría de todos los ciudadanos con derecho a voto sobre cada cuestión se vuelve impracticable. Las inevitables disputas y disensiones entre los miembros de los innumerables grupos de interés sobre la miríada de leyes empantanan el proceso político.

¿Cuánta autoexpresión individual, cuánta autodeterminación puede tolerar una autoridad central, democrática o no, cuando pretende imponer un plan económico nacional? La planificación a esta escala exige la supresión de los planes mezquinos y las aspiraciones personales de los individuos, así como la sumisión de los valores personales a los de la colectividad.

Tocqueville lo dijo bien:

La democracia y el socialismo sólo tienen una palabra en común: igualdad. Pero nótese la diferencia: mientras la democracia busca la igualdad en la libertad, el socialismo busca la igualdad en la restricción y la servidumbre.

El sistema puede funcionar siguiendo este camino durante un tiempo, pero la tentación de abandonar la verdadera democracia -transfiriendo la autoridad de decisión a grupos más pequeños de expertos en cada campo, por ejemplo- se hace cada vez más difícil de resistir. En tales circunstancias, la toma de decisiones rápidas y eficaces se hace más deseable y menos posible. Los nobles objetivos del socialismo teórico -la hermandad internacional de los trabajadores y la justicia económica global- tienden a ser desplazados por las preocupaciones locales de hambre y seguridad, abriendo la puerta a la dictadura (no proletaria).

Como elocuentemente manifestó F.A. Hayek:

El hecho de que el socialismo, mientras siga siendo teórico, sea internacionalista, mientras que en cuanto se pone en práctica… se convierte en violentamente nacionalista, es una de las razones por las que el “socialismo liberal”, tal y como se lo imagina la mayoría de la gente en el mundo occidental, es puramente teórico, mientras que la práctica del socialismo es en todas partes totalitaria.

El intercambio: autodeterminación personal a control estatal

Alguien podría argumentar que, si bien estos problemas podrían aplicarse al socialismo pleno, el tipo de socialismo democrático que defiende la intelligentsia actual es mucho menos extremo. Si es así, la cuestión es la siguiente: En una economía capitalista mixta -estado regulador, estado del bienestar o capitalismo de amiguetes-, ¿en qué medida surgen estas consecuencias? ¿Hasta qué punto es sólido el escenario que estoy describiendo?

Está claro que es una cuestión de grado. Cuanto mayor es el grado de planificación central, menos puede la autoridad gubernamental soportar la desviación y la disidencia individual. También me doy cuenta de que hay más de una dimensión en la que se puede cambiar la autdeterminación personal por la dirección de otros, y algunas de estas dimensiones no implican coerción física. Por ejemplo, los grupos pueden utilizar la presión social o religiosa para frustrar los planes de una persona o reducir su autonomía, sin recurrir a la agresión física.

Pero no se puede negar que, en la dimensión de la coerción física, que es la dimensión en la que los gobiernos han operado tradicionalmente, cuanto más control coercitivo exista por parte de una entidad externa, menos autodeterminación personal puede haber. La coerción y la autodeterminación personal se excluyen mutuamente. Y a medida que la planificación gubernamental sustituye a la personal, la esfera de la autonomía personal se debilita y se reduce y la esfera de la autoridad gubernamental se fortalece y crece. Más socialismo significa menos democracia real.

El socialismo democrático, por tanto, no es una doctrina diseñada para proteger los valores liberales de independencia, autonomía y autodeterminación personal que muchos en la izquierda todavía valoran en cierta medida. Es, por el contrario, una doctrina que obliga a los que apreciamos esos valores liberales a entrar en una pendiente resbaladiza hacia la tiranía.

Sobre el autor

Sanford Ikeda es profesor y coordinador del programa de economía del Purchase College de la Universidad Estatal de Nueva York y profesor visitante e investigador asociado de la Universidad de Nueva York.  Ha dado conferencias en Norteamérica, Europa y Japón, y ha publicado en Fee.org, Forbes y National Review Online, mientras que sus publicaciones académicas han aparecido en The Southern Economic Journal, The Review of Austrian Economics, Environmental Politics, The American Journal of Economics & Sociology, Cosmos + Taxis, The Independent Review y Journal des Economistes et des Etudes Humaines.  Además de su libro Dynamics of the Mixed Economy (Routledge), ha contribuido con entradas para The International Encyclopedia of the Social Sciences (sobre Robert Moses) y para The Encyclopedia of Libertarianism (sobre Jane Jacobs, búsqueda de rentas e intervencionismo).  La investigación actual del Dr. Ikeda se centra en la relación entre las ciudades, la cooperación social y el desarrollo empresarial.  Forma parte de los consejos de administración del Economic Freedom Institute, Market Urbanism y el Center for the Living City.